Nos estamos acostumbrando a la violencia. Tanto crimen, tanta impunidad, nos ha vuelto indiferentes, y hasta tolerantes con los criminales. Hemos perdido la capacidad de asombro, de indignación, de protesta.
Eso, hay que subrayarlo, solo favorece al sicario, al homicida, al criminal.
El sábado 14 de febrero, “Día de la Amistad ”, masacraron a seis menores en una matanza en Tabasco. Uno de ellos apenas tenia dos años de edad. El hecho fue registrado por los medios de comunicación, pero acabó por diluirse entre tanta violencia.
Veinticuatro horas después, en la Ciudad de México, ocurrió otra salvajada. En la cajuela de un automóvil aparecieron decapitados los cuerpos de dos mujeres.
La noticia fue opacada por el ametrallamiento de otros tres menores, y cuatro adultos, ocurrido con horas de diferencia en un restaurante de Guadalajara.
Hubo ataques en una funeraria de Durango, en un bar de Torreón. Más de 40 muertos en un fin de semana.Sólo una bomba muy potente, colocada en un lugar concurrido, podría causar tantos estragos.
Los horripilantes sucesos hubieran cimbrado durante mucho tiempo a los habitantes de sociedades más desarrolladas que la nuestra.Pero aquí las metimos rápidamente al cajón del olvido. Son hechos que ya forman parte de nuestro cotidiano. No acabamos de enterarnos de una atrocidad, cuando ya sucedió otra y otra, y otra...
Hemos llegado a lo insólito. En todo el país se registran narcoprotestas contra las acciones del Ejército. La mayoría en Nuevo León. Los cárteles de la droga buscan confundir a la sociedad y presentar a los soldados como enemigos de los derechos humanos.
Pero la barbarie, la absoluta falta de respeto a las garantías individuales, se alimenta en los ajustes de cuentas, en los decapitados; en el terror utilizado para inhibir a la sociedad y al gobierno, de tomar cartas en el asunto.
Pero hay que tener cuidado. Una autoridad sin una sociedad que exige, que se moviliza, que presiona, termina por volverse, usted lo sabe y lo sufre, en una autoridad incompetente.
Tenemos que preguntarnos, como subrayó el presidente Calderón, como toleramos que semejante barbarie penetrara en la sociedad, que se asentara en nuestras calles, que penetrara a nuestras autoridades.
Hay que preguntarnos también, y eso mas allá de papá gobierno, que podemos hacer como ciudadanos para evitar que la sociedad termine secuestrada por la delincuencia.
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Hace 4 años
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