Apenas la semana pasada, un ex secretario de Gobernación compartió con este reportero su preocupación por la batalla “cuerpo a cuerpo” que el Ejército libra en las calles contra las bandas del crimen organizado.
Nos hacia notar que algunos choques se han registrado en lugares donde viven familias, donde hay escuelas, donde circulan niños. ¿Quién no recuerda las escenas en Tijuana, con aquellos pequeñines que abandonaban las aulas en medio de una lluvia de balas?
El saldo rojo de esta guerra es muy pesado. El año pasado se contabilizaron 5 mil 600 muertos. Este año es peor. Apenas comienza marzo y ya rebasamos los mil muertos. Vamos por el Guinness de ejecuciones. El 4 por ciento de los caídos es gente inocente, según cifras oficiales.
¿Por qué no dar la batalla en un frente menos violento?, preguntaba el otrora poderoso funcionario. Él mismo respondía: “Hay que ir contra la corrupción de gobiernos estatales y municipales, atacar el lavado de dinero, destruir sus canales financieros”.
En México ya llegamos a lo insólito. Vivimos lo que alguna vez el mundo bautizó, equivocadamente, como colombianización. No necesito recordarle que la semana pasada un comando de sicarios atacó el convoy del gobernador de Chihuahua, ni que en Ciudad Juárez renunció el jefe de la policía, después de las amenazas cumplidas del narco de ejecutar a dos agentes, cada 24 horas, si el mayor Roberto Orduña, titilar de la SSP, no se iba.
El atentado contra el gobernador José Reyes Baeza sacudió al país y trascendió nuestras fronteras. “Si el Gobernador no está seguro, no lo está nadie en Chihuahua”, alertaron, presurosos, los senadores panistas. Habría que preguntarles si el riesgo que señalan es exclusivo de Chihuahua, estado que gobierna el PRI.
Los políticos no han estado a la altura. En lugar de unirse y presentar un sólido bloque frente al crimen organizado, enemigo poderoso, los dirigentes de los partidos se reparten culpas por el crecimiento de la violencia, preocupados, eso sí, por sacarle raja política al delicado tema, cada que pueden.
Allí están las acusaciones del dirigente del PAN, Germán Martínez, en contra del PRI y su fracaso en la lucha contra el narcotráfico. ¿Habrá olvidado que su partido lleva ya ocho años en el poder? ¿Pensará que así le ayuda al presidente Felipe Calderón en su cruzada contra el crimen organizado?
En el PRI, que gobernó 70 años, no cantan mal las rancheras. Jesús Murillo Karam, secretario general de ese partido, calificó de irresponsable al panista Martínez y dijo que sus declaraciones eran, cito textual, “estúpidas”.
Está claro que en ambos partidos parecen haber aprendido muy bien las lecciones que nos dejo el clásico de Guanajuato. A la hora de rendir cuentas por la violencia que nos azota, dan largas respuestas que podríamos sintetizar en las conocidas palabras: “¿Y yo por qué?
Lo único sensato es la alerta lanzada por otro ex secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, sobre los riesgos de que las fuerzas políticas abran otro frente de batalla, para ganar votos. “Una guerra entre partidos solo beneficia a los narcos”, advirtió.
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