Mucho antes del 2000, año de la alternancia, los mexicanos vivíamos con la esperanza de alcanzar algún día la democracia. Eran tiempos del sistema de partido de estado. La sucesión presidencial se resolvía por dedazo. No había IFE, ni tribunal electoral. El mandatario en turno decidía el nombre de su sucesor, después de hacer supuestas consultas con los grupos en el poder. Así sucedió desde Plutarco Elías Calles hasta Ernesto Zedillo.
Los que vivimos ese régimen esperábamos con ansiedad el llamado destape. Era el momento en que sabíamos quien nos iba a gobernar el siguiente sexenio. El poder se trasladaba casi de inmediato al “candidato”. La figura del presidente saliente languidecía frente a la de su futuro sucesor. Se organizaban actos masivos, se hacían pronunciamientos, comenzaba el besamanos. Una palabra resumía todo este fenómeno: la cargada.
Así sucedía cada seis años. Las elecciones eran pura simulación. Los heroicos candidatos del PAN, entonces el partido de oposición por excelencia, se registraban a sabiendas que no tenían la menor oportunidad, que el partidazo iba por el “carro completo”. Eran auténticos kamikazes de la política, entendida esta como el vehículo para conquistar el poder.
Pero el sistema se desgastó y acabó por caerse. Comenzaron a aparecer hombres y mujeres que se la jugaban en contra del priato, que abrían brecha, encabezaban movimientos, recurrrían a la resistencia. Unos eran de izquierda: Heberto Castillo, Rosario Robles; otros de origen priista, Cuauhtémoc Cárdenas; otros de derecha,. Manuel Clouthier, Luis H Álvarez, Carlos Castillo Peraza. Algunos sin partido, Salvador Nava. Todos con la misma vieja y reiterada demanda eje del movimiento revolucionario de 1910: sufragio efectivo.
Ese régimen semi autoritario hizo agua.. La dictablanda, como la llamó el escritor peruano Mario Vargas Llosa, dejó de ser eficaz. Los mexicanos logramos tumbar el sistema de partido de estado. Los votos se empezaron a contar y progresivamente el país se encaminó hacia la pluralidad. La alternancia nos llegó con el panista Vicente Fox, pero la transición a la democracia no cuajó.
La partidocracia llenó las lagunas que surgieron con el debilitamiento del presidencialismo. Sobrevivieron el clientelismo y la corrupción. Los barones de la política sometieron a la autoridad electoral. Los poderes fácticos comenzaron a lenar las lagunas dejadas por el presidencialismo a ultranza que nos regia. Hay de aquel que se opusiera a sus designios. Su carrera política seria obstaculizada, o de plano truncada. Ejemplos sobran: Santiago Creel, Javier Corral, Dulce Maria Sauri.
Vino el hartazgo, la frustración, la legitima molestia. Aparejado, el deseo de boicotear partidos y candidatos Hoy crece incontenible un movimiento a favor del voto en blanco, alimentado, en algunos casos, por la sincera convicción de que hay que enviarle un ultimátum a los partidos y, en otros, por la vanidad de algunos intelectuales deseosos de jalar reflectores.
Pero ojo, una boleta cruzada en blanco favorece el voto duro de los partidos; ayuda a los que tienen mayor capacidad de acarreo el día de la elección; un voto en blanco nos deja a merced de los que sí votan por las opciones existentes; un voto en blanco es desdeñar el esfuerzo realizado por los que lucharon por la democracia durante tantos años. ¿Eso es lo que queremos?
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