Andrés Manuel López Obrador es el candidato de la izquierda que más cerca ha estado de la presidencia de la República. Hombre sencillo, austero, soñador, se ganó la simpatía de los más desfavorecidos, durante su gestión como jefe de gobierno del DF. La opción “primero los pobres” la plasmó en programas de apoyo a los viejitos, las madres solteras, los incapacitados.
Llegó a ser tan popular, que nada le hacía mella. Ni los video escándalos de Ahumada, ni la impunidad de Bejarano, Imaz y compañía, ni la opacidad en el manejo de los contratos de obras vistosas como el segundo piso. “No le arrancan ni una pluma al gallo”, solía presumir.
El hombre se convirtió en una amenaza para el sistema. Sus adversarios políticos, los poderes fácticos, la cúpula eclesiástica. Todos lo alucinaban. Desde la presidencia quisieron eliminarlo de la carrera por la sucesión en el 2006. Vino el torpe capitulo del desafuero, impulsado obsesivamente por Vicente Fox y algunos priistas despistados. Fue un Bumerán. Lo hicieron mártir y lo catapultaron a alturas insospechadas.
Andrés era el idóneo para convertirse en líder indiscutible de la oposición en México después de las elecciones presidenciales del 2006, en la que casi 15 millones de mexicanos votaron por él. Pero su derrota no admitida lo llevó a la desmesura. Se autonombró “presidente legítimo”; mandó al diablo las instituciones; cerró Paseo de la Reforma durante semanas, provocó un zafarrancho en la Cámara de Diputados en la toma de protesta del presidente Calderón.
Posteriormente quiso montarse en la reforma energética. Formó un grupo de mujeres que se autonombraron Adelitas, “enaguas profundas”, que se convirtieron en la vanguardia de su movimiento. Volvió a tomar las calles, a bloquear vialidades, a amenazar con violencia. Quiso evitar que capitales privados entraran a PEMEX. Y lo logró.
En el camino, ordenó a los suyos tomar las tribunas en ambas cámaras, promovió la huelga legislativa; anatemizó a los perredistas que no aprobaban sus métodos, o que se atrevían a transitar por los cauces legales. De “modositos”, “acomodaticios” y “colaboracionistas” no los ha bajado.
Hoy lo tenemos nuevamente en el escenario político como el principal verdugo del PRD, partido que lo encumbró, y al que le dio la espalda en cuanto dejó de controlarlo. En todo el país (salvo en Tabasco y en el DF, excepción hecha de Iztapalapa) hace campaña por los candidatos por el PT y Convergencia. En los actos que encabeza para promover a los abanderados de estos dos partidos, tiene prohibido que los perredistas suban a la tribuna o saquen banderas amarillas. Su consigna es “o votas por Convergencia y el PT ó votas por la traición”.
Ya desconoció incluso el fallo del Tribunal Electoral que le quitó la candidatura perredista a jefa delegacional en Iztapalapa a la pejista Clara Brugada. Su delirio no tiene límites. Conocemos la historia. Pide votar por Juanito, candidato del PT. Si gana, renuncia para que Brugada sea la delegada.
Ya le dio instrucciones a Marcelo Ebrard, a quien trata como empleado, para que proponga a la Asamblea Legislativa el nombre de Brugada en lugar del petista. “quítate tu pa’poner al que yo quiera”. ¡Ah pero eso si! No manda al “carajo” al PRD por “respeto” (?) a la militancia.“Que me expulsen las mafias”, reta. El tabasqueño Busca convertirse en víctima. Ya le funcionó una vez. Pero es difícil que se vuelva a repetir. Son otros tiempos, otras circunstancias y un capital político muy dilapidado.
Pero no hay que desdeñarlo. López Obrador seguirá siendo un activo para los partidos que lo arropen, mientras en este país sigan los abusos, la corrupción, la injusticia, y la desigualdad.
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