Hay motivos para celebrar las elecciones del pasado cuatro de julio. Millones de mexicanos fueron a las urnas en 14 entidades de la República, y la jornada transcurrió en relativa calma. Algunos incidentes menores, pero nada que ver con las señales ominosas registradas en Tamaulipas seis días antes.
La tranquilidad se mantiene, a pesar de que la mitad de las doce gubernaturas en disputa cambiaron de color. Nos estamos acostumbrando a la alternancia. Es un avance, aunque todavía prevalecen rémoras del viejo régimen: dedazos, compra de votos, guerra sucia, amedrentamiento oficial, auto proclamación de ganadores la noche de la elección.
Los ciudadanos, afortunadamente, dieron la puntilla a los gobernadores que pretendían mantenerse como los “grandes electores” en sus entidades. El deseo de cambio se impuso al “factor Ulises” en Oaxaca; al “gober precioso” en Puebla; a Jesús Aguilar Padilla en Sinaloa; a Amalia García en Zacatecas.
En estos cuatro estados –los tres primeros gobernados por el PRI; el cuarto por el PRD– los mandatarios se aferraron a sus “delfines”, a pesar de que otros aspirantes los superaban en intención de voto. Vinieron los pleitos, los desprendimientos, los cambios de partido, la derrota.
En Oaxaca ganó el obradorista Gabino Cue; en Puebla, el gordillista Rafael Moreno Valle; en Sinaloa, el beltronista Mario López Váldez. Todos cobijados por el manto aliancista que tejieron partidos tan disímbolos como el PAN y el PRD.
El caso de las entidades perdidas por el PAN es distinto. El “dedazo” no lo dieron los gobernadores, sino la dirigencia nacional del partido, que encabeza César Nava.
En Aguascalientes, el gobernador Luis Armando Reynoso se la jugó al revés. Apoyo al candidato del PRI, Carlos Lozano, y ya lo quieren expulsar del partido. El gobernador tlaxcalteca, Héctor Ortiz, se disciplinó a los lineamientos del centro, pero nada pudo hacer para evitar la derrota frente al priista Mariano González Zarur
Hay broncas en Durango y Veracruz. La votación favorece a los
candidatos del PRI, Jorge Herrera Caldera y Javier Duarte, respectivamente, pero por un margen impugnable. Son los únicos candidatos que, hasta la medianoche del martes, no habían sido felicitados por el presidente Calderon.
El PRI se quedó con las ganas del “carro completo” que tanto cantó, alentado por el mal tino de las encuestas. Las alianzas entre los opuestos funcionaron, y ya de perfilan para el 2011.
En la mira de panistas y perredistas está ahora el Estado de México.
Lo gobierna el priista Enrique Peña Nieto, cabeza en todas las encuestas sobre preferencias electorales, de cara a la elección presidencial del 2012. Quieren bajarle el copete, a como de lugar.
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